Preludio II. Un viejo diario.
“The
fallen, the fallen is painful…”
A ti querido lector o lectora,
decirte que sí te hayas en posesión de este escrito es muy probable que ya no
sea una criatura neutral nacida de la voluntad del Padre nuestro señor, sino
más bien una ánima perdida que agotó toda su voluntad y paciencia, por favor,
cómo único deseo te pido que leas mi historia, ya que únicamente por estar en
el recuerdo de un alma pura, ese simple gesto, un recuerdo puro, me bastará de
faro para regresar de entre las tinieblas y de vuelta a la luz…
Con todo mi ser, Paulus
“Todo comienza por la caída, al principio sientes miedo,
tienes tanto miedo que eres consciente de lo que hay a tu alrededor, pero
incapaz de hacer algún movimiento, no sabes cómo ni porqué pero te percatas de
que estas solo y esa sensación te aterra. El tiempo en esos primeros instantes
parece que no transcurre, las manecillas del tiempo se han quedado congeladas y
a medida que este transcurre el miedo es más y más apreciable.
Al principio este
miedo es causado por un no saber
reaccionar, un quedarte inmóvil, cómo privado de propia voluntad, pero créeme
cuando te digo que ese momento es el menos malo de los que aún están por llegar,
porque ese miedo se pronto convierte en tristeza.
Sí, porque antes de la caída te sentías feliz, invulnerable,
ajeno a los sentimientos negativos, y ahora de repente te invade una profunda
melancolía. Tu pecho parece una caja de resonancia y cada latido duele como una
aguja clavada profundamente, una punzada debajo de la piel que te estremece de
tal manera que tu respiración se entrecorta, en ese momento el miedo pasa a ser
algo secundario.
Ya no tienes miedo, y sabes por qué, pues simplemente porque
el dolor es tan grande que ruegas y suplicas porque todo acabe.
En esos momentos eres vulnerable, inconsciente y tu mente se
turba con ideas negativas y sentencias como “Dios por favor, acaba con esto”,
“No quiero sufrir más”, “No puedo seguir así, por favor mátame…” Con cada una
de esas frases que te repites una y otra vez sientes un espasmo en tu pecho que
recorre todo tu cuerpo como si se tratase de una descarga eléctrica, la
respiración se corta el cuerpo desfallece, apenas han trascurrido unos minutos
desde la caída, pero la descarga emocional ha sido tal que tu cuerpo está hecho
polvo, desgarrado y tu alma hecha jirones.
Pero esto sólo ha empezado, ahora viene la peor parte, el
miedo pasa a ser tristeza y la tristeza a ser odio. Buscas un culpable, todos lo
buscamos… Y de todos los que podías elegir, te eliges culpar a ti mismo.
En ese momento no eres consciente de que no es culpa de
nadie, no eres consciente de que los hilos ya estaban escritos y que tu destino
te ha sido revelado, sin embargo sin embargo el miedo y la tristeza han hecho
mella en ti, hay una gran frustración y alguien debe de pagarla.
Dentro de ti se planta una semilla de odio autodestructiva.
Piensas frases como “te lo mereces”, “se te está bien empleado”, frases que
solo hacen que esa semilla germine rápidamente.
Y lo que empezó con un miedo que te paralizaba, ahora te
hace huir, porque sí, porque lo primero que haces tras la caída es aislarte,
esconderte, cómo un prófugo, cómo un delincuente…cómo un monstruo.
Es en esos primeros momentos es cuando tiendes a extirpar
todos los gratos y los buenos momentos, es un método de defensa simplemente deseas
no volver a sufrir por la melancolía. Y claro una vez extirpada toda esa
calidez que había dentro de tu interior, todo se vuelve más frio y oscuro. Ya no
hay una luz que te guíe, nada que te emocione y eliges no volver a confiar en
nadie, ni querer que nadie te apoye. Es en ese preciso momento cuando un ángel
pierde sus alas.
Que sepas que perder tus alas, que convertirte en un ángel
caído, que todo esto no implica ser un demonio, o ser una bestia. Sólo implica que
a partir de ese momento debes tomar una única pero difícil decisión y que puede
o no llegar a convertirte en una, y esa decisión es vivir con el recuerdo de
que fuimos hechos con el único propósito para amar u olvidarlo.
Ni lo uno ni lo otro son cosas sencillas, por supuesto no se
olvida a amar de la noche a la mañana, igual que tampoco puedes esperar
recordar lo que es amar si no puedes ejercitarlo. Y deberías saber muchos de
nosotros llevamos vagando solos sobre la faz de la tierra desde hace miles y
miles de años”.
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